No era la noche del Granada, que persistía en su ataque y que se estrellaba contra los palos -Geijo con el derecho; Abel con el travesaño- y contra las férreas manos de Jaime, manoplas demasiado grandes ante el ímpetu local. Se clamaba en Los Cármenes, estadio del Granada, desgastados los aficionados y los jugadores por las ocasiones perdidas; resoplaba el Elche, abrigado en su área, sin mayor negocio que el de descontarle minutos al reloj. Y cuando todo parecía definitivo, la historia dio una vuelta de tuerca y apareció Jaime Jiménez, el portero del Elche, el descendiente de Bruce Grobbelar.
Resulta que, en su empeño en evitar el remate del ariete, el zaguero Vasco Fernandes trabó por detrás a Geijo. Penalti y delirio para unos; penalti y miedo para todo el Elche -que cerró los ojos al tiempo que se tiró las manos a la cabeza- menos para el guardameta Jaime. Era el minuto 95.
El portero se frotó las manos, se dio un grito azuzador y retó al rival, a Abel, con la mirada. Poco le importó que el colegiado departiera con la defensa ilicitana, que se tomara su tiempo en apartar a los futbolistas del área y que, al fin, inflara los mofletes para autorizar el lanzamiento de penalti. Jaime estaba a los suyo, con un baile de piernas y brazos incesante, estilo molinillo, la mirada al frente y venga a resoplar. No era lo mismo que el portero surafricano del Liverpool, Bruce Grobbelar, que en la final europea ante el Roma en 1984, en la tanda de penaltis, hacía ver que le flaqueaban las piernas, chocando las rodillas y dejando los brazos muertos. A Grobbelar le salió redonda la jugada, alzando el título. A Jaime, también.
Abel, desde el balcón del área, apenas parpadeaba, con la boca abrochada y los dientes apretados. Carrera y golpeo a la derecha de Jaime. Buen disparo y mejor atajada, con las uñas y a córner. Cuando estallaba el Elche de felicidad, el colegiado Pino Zamorano corría de nuevo al punto de penalti; debía repetirse porque algún jugador había entrado antes de tiempo en el área. Abel, entonces, recolocó el balón a 11 metros de la portería y repitió procedimiento. Jaime, por supuesto, también. Baile de brazos, sobre todo. Disparo al otro lado y Jaime, de nuevo, ya en el minuto 97, escupió el esférico. Pitido final y dentellada de Jaime al Granada, que afronta la vuelta con un empate y con la moral un tanto mermada.
Pero no solo Jaime ha imitado este estilo, sino que son muchos los porteros que recogieron el legado de Grobbelar. Jerzy Dudek, por ejemplo, también del Liverpool, hizo lo propio ante el Milan en 2005, en la tanda de penatis, moviéndose de lado a lado de la portería, extendiendo los brazos, como si en una clase de aerobic estuviese. Le funcionó también. Como a Jaime. "Menos hablar y más jugar", se soltó de buenas a primeras, cuando le acercaron un micro de televisión. Y se dejó llevar: "Estaba seguro de que lo iba a parar otra vez. Mis compañeros, por su gran trabajo, se lo merecían". Palabra de Jaime y manos, para el Elche, de santo.
Fuente: www.elpais.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario