"De los 8 a los 18 años, jugar de portero cada fin de semana fue para mí un sufrimiento. No me gustaba hacerlo y no entendía por qué lo hacía si no me gustaba". Hace un par de temporadas, en el momento de máximo éxito de su equipo, Víctor Valdés reveló que con la mayoría de edad se planteó seriamente colgar los guantes. Vivía torturado el guardameta del Barcelona por la presión que significa ocupar tan singular puesto, sobre todo "por el pánico a fallar". Le disgustaba ser objeto de los gritos de sus compañeros cuando recibía un tanto, mientras siempre le tocaba estar alejado de la celebración de un gol.
Este curso, el rebelde Valdés ha conseguido de nuevo el Trofeo Zamora que consagra al portero menos goleado de la Liga. El tercer Zamora consecutivo que logra el meta azulgrana, que, en total, ya suma cuatro, uno menos que el mítico Ramallets, que ostenta el récord de este histórico galardón.
Más maduro, más rápido y más valiente, el cancerbero catalán ha visto cómo, a base de confianza, Guardiola ha aumentado sus responsabilidades defensivas y ofensivas dentro del sistema. Cada partido pasa más tiempo lejos del área; atento a los balones en largo del rival, a la espalda de sus compañeros de la zaga, siempre adelantada y presto para jugar con el pie.
Valdés ya es de esos porteros que gana puntos para su equipo. "El meta perfecto para el Barça", asegura su entrenador. Un cancerbero tan bueno con las manos de este curso destaca una parada suya en Cornellà a Callejón como con los pies; capaz de iniciar la jugada del gol de la vuelta de las semifinales de la Champions contra el Madrid. Un portero liberado de los palos, de aquella puerta de garaje donde, de niño, lo puso su hermano mayor Riki porque no tenía con quien jugar.
Fuente: www.publico.es
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