Solo el mítico Antoni Ramallets, portero del Barcelona en la década de los 50, ha ganado el trofeo al portero menos goleado de la liga española más veces que él. Incluso el meta que puso su nombre al premio, Ricardo Zamora, le anda ya a la zaga.
Víctor Valdés Arribas (Hospitalet de Llobregat, provincia de Barcelona, 14 de enero de 1982) ya se ha convertido, por derecho propio, en uno de los mejores porteros de la historia del fútbol español.
Esta campaña, con 16 goles encajados en 32 partidos, ha sumado con el conjunto azulgrana su tercer trofeo Zamora consecutivo -algo que hasta la fecha solo había logrado Luis Miguel Arconada- y el cuarto de su carrera, pues a los de las temporadas 2008-09, 2009-2010 y 2010-2011 hay que sumarle el que ya conquistó en la 2004-2005.
Zamora, Ramallets, Arconada, porteros de leyenda con los que ya se codea Valdés, quien con este cuarto galardón iguala a Juan Acuña, meta de los años 40 considerado el mejor que jamás tuvo el Deportivo de La Coruña, y Santi Cañizares, los dos únicos que hasta ahora tenía en su poder el póquer de trofeos al portero menos goleado de la Liga.
Atrás ha quedado aquellos inicios en los que Víctor era cuestionado por un parte del entorno y la afición azulgrana y en los que parecía que la portería del Camp Nou, esa especie de silla eléctrica que fulminaba cancerberos como quien mata moscas a cañonazos, acabaría por sentenciar de por vida.
Hasta las odiosas comparaciones con el meta del Real Madrid y de la selección española, Iker Casillas, parecen ahora parte de la prehistoria. Porque ya nadie discute que Casillas es Casillas y que Valdés no es ni mejor ni peor que él; simplemente, por sus condiciones específicas, es el mejor portero que puede tener el Barça.
Su cabeza rapada, facciones rudas, aspecto chulesco y pose de perdonavidas, no le han ayudado a tener buena prensa. Mientras Iker es el yerno que todas las madres querrían tener, Víctor es el tipo duro que siempre se mete en problemas y que acaba saliendo con la niña buena de la película.
Sin embargo, la imagen que proyecta está muy alejada de la realidad. El meta azulgrana es una persona tranquila, familiar, un portero equilibrado, serio, profesional y con la cabeza muy buen amueblada a quien su reciente paternidad le ha hecho aún más maduro.
En los últimos años, consolidado ya como titular en el primer equipo y sin un recambio de garantías que le obligue a ganarse el puesto, podría haberse dejado llevar y, en cambio, su rendimiento en el campo y ascendencia en el vestuario no ha hecho más que aumentar.
Un equipo como el Barça de Pep Guardiola no puede ganar todo lo que ha ganado sin un gran portero detrás. Valdés es ya uno de los grandes. Ese meta providencial que salva uno o dos goles en todas las citas importantes y que, con sus intervenciones, puede cambiar el signo de un encuentro, de una eliminatoria o de una final.
Durante esta Liga, el de L'Hospitalet solo ha recibido 16 goles en 32 partidos, 0,50 de media, su mejor marca de siempre. Cada vez más sobrio, más seguro, más habilidoso en la lectura de los espacios y en el juego con los pies.
En el aspecto mental, su tremenda personalidad y sus nervios de acero complementan sus enormes virtudes técnicas. Ya no hay duda de que Víctor Valdés es, a sus 29 años, uno de los mejores porteros del mundo.
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