En los años veinte era el ídolo de los niños españoles: el mejor portero del mundo. Además, había inventado la zamorana, un espectacular despeje con el antebrazo. Había nacido en Barcelona, en 1901. Su padre, médico, quería que estudiara esa carrera, pero él jugaba al fútbol con los amigos: en 1919 lo fichó el Barcelona (a la vez que a Samitier).
En 1920 se produce la explosión popular del fútbol español, en los Juegos Olímpicos de Amberes. Nace la mítica furia española, con la frase de Belauste: «¡A mí, Sabino, el pelotón, que los arrollo!». España , que participa por primera vez, logra la medalla de plata en fútbol. «Rubryck», en ABC, cita a Eduardo Marquina: «Nuestros internacionales causan sensación. A los españoles nos creían toreros, solamente. En Flandes se ha puesto el sol, no cabe duda». Zamora es elegido mejor portero del campeonato.
A partir de entonces, se popularizan dos frases: «Uno a cero (el resultado contra Dinamarca) y Zamora de portero». «Sólo existen dos porteros: San Pedro, en el cielo, y Zamora, en la Tierra».
Fichaje por el Madrid
En 1930, el Real Madrid ficha a Zamora por cien mil pesetas (el récord del fútbol español). Con Zamora y Samitier, el equipo gana las Ligas de 1931 (invicto) y 1932; las Copas de 1934 y 1936.
A la vez, Zamora es puntal básico de la selección nacional en 46 partidos. La pasión se desata en el Mundial de Italia (1934). Los azzurri italianos saludan con el brazo en alto (los españoles se niegan a hacerlo). Empatamos con los anfitriones y, en el desempate, perdemos uno a cero, después de muchos incidentes: Bosch cae lesionado por una patada, Quincoces se sube la camiseta para mostrar una herida... Zamora vuelve a ser proclamado el mejor portero. En España los reciben como héroes: el presidente Alcalá Zamora les entrega una medalla de oro por suscripción pública.
Zamora es ya un ídolo popular absoluto: alto (1,84) y robusto, tiene manos muy grandes, que le permiten coger el balón con una sola. Es también el primer futbolista español que crea una moda: gorrilla, espinilleras, elegante chaquetilla y vistosos jerséis (blanco, de pico, con gruesa raya, o de cuello vuelto, oscuro).
Fuente de inspiración
Lo menciona metafóricamente Fernando Villalón en el poema Foot-booll (sic): «Si fueras puerta del campo / y yo fuera delantero / del equipo del “Cariño / F. C.”, goal certero, / chutaría sobre tu red, / que no pararía San Pedro, / que es mucho más que Zamora / porque es portero del cielo».
También le dedica una oda el bilbilitano Pedro Montón Puerto: «La zamorana, en que el balón fundido / con el aire su afán desvanecía...».
Alcanza su cumbre en el último partido oficial antes de la guerra: la final de Copa, en Mestalla, contra el Barcelona. La noche anterior, miles de aficionados madrileños duermen en la calle, por falta de hotel. Cuando faltan pocos minutos para el final, gana el Madrid por dos a uno, pero se ha quedado con diez jugadores. El barcelonista Escolá dispara duro y colocado, junto a la base del poste. Zamora hace una parada inverosímil: «Intuye la trayectoria de la pelota y logra detenerla, sin que los espectadores se expliquen cómo ha podido ser». La prensa catalana le atribuye el mérito del campeonato. En la cena oficial le hacen hablar y le ovacionan todos, puestos en pie. En la madrileña estación de Atocha esperan al equipo miles de aficionados. En medio del tumulto, Zamora mantiene la calma, la elegante postura, impecablemente vestido.
Durante la guerra, juegan en París el combinado vasco y el Racing, cuyo portero, el austriaco Hiden, es el mayor rival de Ricardo. Luis Regueiro lo bate, de cabeza, y le dice: «Este gol es para que ni se te ocurra volver a compararte con Zamora».
La Guerra Civil adelanta su retirada. Después se hace entrenador: gana dos Ligas (1940 y 1941) con el Atlético de Aviación. También es seleccionador nacional (1952). Participa en películas como «Campeones» y «Once pares de botas». Escribe en el diario Ya .
Tenía todas las virtudes del portero ideal. Junto al campo de Sarriá, dedicaron una plaza a «Ricardo Zamora. Portero de fútbol». No hacía falta más.
Todavía escucho, a veces, la vieja frase: «Uno a cero y Zamora de portero...». Ya forma parte de nuestra historia: casi tanto como los romances del cerco de la otra Zamora...
Fuente: www.abc.com
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