Portero. Desempeño que remite al individualismo más profundo en un juego colectivo. Profesión atribuida a portadores de mentes perturbadas y retraídas. Tipos maniatados a su soledad y tantas veces condenados para siempre por sus errores, como aquel meta brasileño llamado Moacir Barbosa, al que un supuesto error en la histórica final del Maracanazo de 1950, Mundial en el que precisamente fue escogido mejor meta, le llevó a una muerte en vida y a ser tratado para siempre como un proscrito hasta morir entre los escombros del olvido y el desprecio de una sociedad cruel con los valientes.
Vladimir Nabokov, cancerbero en sus años en Cambridge, uno de los grandes metas al igual que aquel Camus que escogió el mismo puesto para no desgastar sus zapatos, visualizó tan incomprensible tarea en su autobiografía "Habla memoria" (Anagrama): "El portero está a la misma altura que el torero y el as de la aviación en lo que se refiere a la emocionada adulación que suscita (...).Yo no era tanto el guardián de una portería de fútbol como el guardián de un secreto. Cruzados los brazos, apoyaba mi espalda en el poste izquierdo, disfrutaba del lujo de cerrar los ojos, y escuchaba entonces los latidos de mi corazón, notaba la ciega llovizna en mi cara, oía, alejados, los ruidos sueltos del partido, y me veía a mí mismo como un fabuloso ser exótico disfrazado de futbolista inglés, que componía versos en un idioma que nadie entendía, acerca de un país que nadie conocía. No era de extrañar que no gozase de muy buena reputación entre mis compañeros de equipo".
Víctor Valdés siempre fue un chico solitario, poco dado a extender su férreo círculo de amistades más allá de Andrés Iniesta, testarudo ante quien discute su incidencia en una de las porterías más complicadas del planeta, y con una confianza ciega en sus posibilidades que le ha convertido en uno de los grandes porteros de la historia del Barcelona, reverenciado incluso por leyendas como Antoni Ramallets.
En su último clásico ante el Real Madrid, y emulando una escena vista hace un año ante el mismo equipo, Valdés erró al cumplir con uno de los cometidos que le han hecho imprescindible para su equipo, el juego con los pies, esencial para entender las superioridades creadas por el Barcelona desde la primera línea. Y en un segundo, todo pasó a un segundo plano. Sus actuaciones decisivas en dos de las cuatro Copas de Europa conquistadas por el Barcelona (París y Roma), los cinco Trofeos Zamora consecutivos o el haber superado a Miguel Reina como el azulgrana que mantuvo virgen la portería durante más minutos (876). Registros para la estadística que incluso parecen nimios ante su gran triunfo. El haber conseguido durante los últimos ocho años que sean pocos los que reparen en esa figura de mirada altiva, cuyos instantes de gloria son siempre episódicos en un deporte parido para los que juegan con los pies.
Valdés, aquel chico que tuvo la insolencia de enfrentarse a Van Gaal por considerar que no merecía jugar en el B, admirador de porteros poco dados al romanticismo y con tendencia al desafío como Cañizares o Kahn, ha cambiado tres veces de preparador en los últimos tres años ante su ya escasa capacidad de adaptación a enseñanzas que él ya considera aprendidas. En su soledad, y pese a esos errores que cíclicamente discutirán su presencia, continuará sintiéndose invencible.
Fuente: www.elmundo.com
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